-Recuerdos de una chica de pueblo en Nueva York-

Recuerdos…

Parece que una vez nos acostumbramos a las cosas los perdemos, y yo, no quiero. No quiero dejar de recordar. Ahora que ya llevo un tiempo en esta ciudad, creo que todo me resulta más fácil o que ya estoy acostumbrada a muchas cosas…Pero sólo es eso, una creencia, un pensamiento. Cuando me pierdo por los rincones de este lugar me vienen a la cabeza momentos, recuerdos o situaciones de esos primeros días o meses. Momentos, que me ayudaron a construir lo que tengo ahora. Y no los quiero olvidar. No los quiero olvidar porque son los que pusieron los cimientos de lo que soy ahora.

No quiero olvidar mi inseguridad en el aeropuerto de Madrid a principios de agosto de 2016 antes de coger el avión. La llegada y la espera por esa pesadísima maleta amarilla que Yasmina se había encargado de comprar para mí, porque necesitaba algo grande, muy, muy grande donde transportar “mi vida” de un lado al otro del océano. La llegada al Airbnb en el que iba a pasar, al menos, 10 días, cuando al bajar del coche le dije al taxista que, por favor, mirásemos bien a ver si era la dirección correcta. No fuese a ser que estuviese quién sabe donde a las 10 de la noche. La emoción y miedo, todo al mismo tiempo, sin poder separarse uno de otro.

Las primeras carreras en el parque…con GPS (WTF?) porque era tan grande…que si zoo, puentes, carrusel…que vivía con el miedo de no dar salida de ahí.

La primera visita a Chase, cuando el hombre asiático que se iba a hacer cargo de abrir mi cuenta bancaria no era ni de China ni de Estados Unidos. Argentino, claro que sí. Porque aquí, los contrastes EXISTEN y las apariencias nunca, nunca son lo que parecen.

Nunca podría olvidar, eso seguro, los e-mails que mandaba cada día para ir a ver pisos. A los que de 10, te contestaban uno o dos. El primer apartamento que vi, y su inquilina. Geniales ambos pero…era el primero que veía, tenía que ver más, ¿no? Y más. Y más. Hasta que vi suficiente: una perrita haciendo pis por donde mejor le venía de la casa. Sí, casi que mejor me quedo con el primero que vi, grande, bonito y con una chica muy maja como compañera de piso. Y hasta hoy.

¿Cómo olvidar la primera visita a la escuela? Cuando por fin la desvirtualicé y lo que veía, casi a diario en Google Earth desde hacía 2 meses, pasó a ser real. Ese olor a verano y calor. Mucho calor, que se colaba por cada clase que me enseñaban mientras pensaba que no sabía si cuando tuviese que salir de aquel lugar, que veía inmenso y como un laberinto, sería capaz.

Los primeros días de formación, en los que me preguntaba qué narices había ido yo a hacer a aquella escuela, que nada tiene que ver con el sistema educativo americano, ni con el español, claro, en la que hablaban de Bachillerato Internacional, MYP, PYP, Managebac y tres mil millones de conceptos más que me sonaban a Euskera mezclado con Catalán y Mandarín, así, tal cual. Para dar las gracias a los pocos meses de ser tan afortunada de experimentar este tipo de educación y formar parte de ella.

La fase de LUNA de MIEL con la ciudad al comienzo de todo. Sí, LUNA DE MIEL. Yo también me reía cuando, en la formación que me dio la agencia que patrocina mi visado, nos explicaban que pasaríamos por diversas fases al llegar a la ciudad. Y sí, la luna de miel duró tiempo. Duró hasta que el 15 de diciembre de 2016, IMPOSIBLE OLVIDAR ESA FECHA, Nueva York me sacudió la frente, que era lo único que no me había tapado aquel día, con menos 10 grados sensación térmica de menos 20.

Los contrastes, la gente, los barrios. Los supermercados de la Chinatown profunda en los que no puedes entenderte con los vendedores porque ellos apenan hablan inglés y va a ser que el chino tú, no lo dominas. Ni para hablar, ni para leer los precios de las cosas. Porque están en ese idioma. Todas las personas diferentes y a la vez iguales que puedes encontrar en un mismo vagón de metro y todas las lenguas, que no tienen nada que ver, que puedes escuchar, a la vez, en ese mismo tren.

La desigualdad que hay a veces en las esquinas, en el medio de la calle. La bofetada de realidad. La frustración. La frustración por querer ayudar pero, obviamente, no poder llegar a todos. A todos ellos, a los que, por circunstancias de la vida, acabaron en la calle o a los que la ciudad devoró, para luego dejarlos en cualquier lugar. Esa es y será, siempre, por mucho tiempo que pase, la peor cara de Nueva York. De Nueva York, y de cualquier parte del mundo. Pero aquí, se hace más duro aún.

Esta ciudad te lo puede dar o arrancar todo. Ya lo decía Sinatra: “If you can make it here, you can make it anywhere”. Es la ciudad que nunca duerme, la jungla de asfalto, la ciudad de los sueños. La puedes amar u odiar. O simplemente, estar en una relación complicada con ella. Yo, lo tengo claro. Una y más veces diría sí a este lugar. Con sus pros y sus contras, con sus luces y sus sombras. Hay que seguir avanzando y creciendo, seguir aportando lo que se pueda, seguir mejorando, seguir luchando.

Me despido con este texto que me encontré una vez en Instagram (creo que, pertenece a Quoted Magazine, New York):

“New York will never adjust to your convenience. You had to let the city chew you up and spit you out a whole new person. I would not be everything I am today if this city had not kicked me in the ribs many, many times”

¡Nos vemos en 2019, NYC!

* Foto Diego Manrique.

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