El comienzo…

Hace seis años mi amiga Yasmina tuvo un encargo bastante importante: encontrar una maleta muy, muy, muy grande para que todas las cosas que yo consideraba vitales (aunque algunas, pensándolo ahora, no lo eran tanto), me acompañaran en la aventura que estaba a punto de empezar. Le dije, en tono dramático, que necesitaba llevarme mi vida conmigo y ella, como dicen por aquí, “understood the assignment”.
Siempre había querido vivir fuera y, después de mucho pensarlo, me decidí a solicitar el Programa de Profesores Visitantes. Millones de papeles, entrevistas, Skypes (que hoy en día serían Zooms) y miedos después, tal día como hoy, un 9 de agosto puse rumbo a Nueva York. Todo lo que quería y todo lo que conocía no se quedaba atrás, sino en un lugar diferente a MIIIIIILES de kilómetros.
Una de mis abuelas, durante la despedida y con las lágrimas rodando por mis mejillas me preguntaba si me estaba arrepintiendo. “No, abuela. No. Estoy muy decidida pero, ya sabes, aún así me da un poco de respeto”. Normal, ¿no? Me iba sola. Sin conocer a nadie allí, sin saber si la escuela realmente merecería la pena y con miles de miedos y mucha incertidumbre. Había estado de vacaciones en Nueva York dos veces pero no tiene nada que ver ir de turismo con vivir allí.
Las primeras semanas fueron un no parar de burocracia y un chorreo de e-mails para conseguir un apartamento. Diez días después de mi llegada y, tras estar en un Airbnb con Patricia, una chica americana a quien le tengo mucho que agradecer, encontraba por fin casa. Estaba en la Quinta Avenida, en Park Slope, Brooklyn. Mi tía establecía una analogía con Carrie Bradshaw diciendo que ella se paseaba por la Quinta Avenida de Manhattan y yo vivía en la Quinta Avenida de Brooklyn. Sí, pero no. Siempre he sido más de Girls que de Sex in the City, lo siento.
Seguía sin conocer gente…
Pues la búsqueda de piso, de compañía telefónica, el número de la Seguridad Social y un sinfín de “etcéteras” habían ocupado todo mi tiempo. Pero, por fin me encontré en persona con Luis al que había descubierto en un grupo de Facebook del Programa y quien ha sido parte fundamental de mi vida estos 6 años y seguirá siéndolo a pesar de la distancia. Después, llegaron Yenny, Nuria, Steven, Cristian, Ayesha, Hined, Emilie, Kim, Sabine, Xavier, Carola, Bernard, Guillaume, Emilie B. y otras tantas personas con las que he podido disfrutar, reír, llorar y trabajar a lo largo de todo este tiempo. Y, que, al fin y al cabo, me llevo conmigo para siempre.
Al principio, tenía momentos en los que echaba mucho de menos. Nunca olvidaré mi primer cumpleaños en Nueva York. Mi abuela, mi tía y mis primos me llamaron por Skype y cuando me cantaban el “Cumpleaños Feliz” sólo podía llorar y llorar. Pero, Nueva York se convirtió en mi casa.
Para mí, no hay otra ciudad que se compare a ella. Una vez vives en Nueva York, todo lo demás te sabe a poco (aunque descubras lugares en los que estarías dispuesta a vivir o lugares que te encantan).
Hay una frase de John Updike, que no tiene por qué ser tomada en serio, que dice: “The true New Yorker secretly believes that people living anywhere else have to be, in some sense, kidding.” Básicamente, viene a decir que el auténtico neoyorquino cree que la gente que vive en cualquier otro lugar, tiene que estar de broma. Esta frase, fue escrita por alguien que se fue de Nueva York, por lo que creo que la lectura que se le debe dar es no la de creer que ningún otro lugar es digno de residencia sino la de que aquí, en Nueva York estamos tan en nuestro propio universo, en una burbuja llena de imponentes rascacielos, entretenimiento sin fin, riqueza cultural y apertura mental, que a veces olvidamos que hay algo más. Viviendo en la ciudad, se te olvida que lo que tenemos al alcance de la mano está a kilómetros de distancia de tantos otros. Y admito que, cuando he visitado otra ciudad y todos recomiendan esto o lo otro como la “visita obligada”, pienso, con mi mente ya un poco neoyorquina “¿Eso es todo lo que hay?”

Siempre supe que me tocaría volver y dejar Nueva York, como lugar de residencia, en algún momento. Lo quiera o no, me fui con una VISA de trabajo que tenía una duración limitada (5 años). “Gracias” a la pandemia, si es que trajo algo bueno, pude estar un año más y disfrutar de cosas que no había podido hacer durante esos meses de encierro. Podía haber cambiado de VISA y probar o haberlo intentado con la lotería de la Green Card…Pero, creo que no era el momento. Lo que no quiere decir que en un futuro no muy lejano las cosas puedan ser diferentes.
A pesar de saber que el “hasta pronto” se produciría en algún momento, mi mente siempre decía “aún falta mucho”. Así, cuando he tenido que decir “See you soon, NYC” , no me lo podía creer. No podía creer que no fuera a cabrearme con los cambios del metro durante los fines de semana, ni que el frío que te hiela hasta el alma no fuera a formar parte de mis inviernos. Tampoco, podía imaginar otra escuela que no fuera ISB ni que un café en mano e ilusión fueran suficientes para tener un día lleno de emociones por las calles neoyorquinas. Sé que voy a echar muchas cosas de menos y que aún no me he mentalizado; básicamente, porque mi mente me sigue engañando y está en un estado vacacional que, cuando termine, me dará la bofetada. Recogiendo papeles antes de volver, me encontré unas notas de una formación que nos daban al llegar sobre el visado. Decían que, durante esta etapa de nuestras vidas en EEUU, en mi caso, en Nueva York, pasaríamos por diferentes fases. La última, el “Reverse Cultural Shock”. Vamos, resumiendo, el choque cultural y de reajuste que supone la vuelta a casa, al país de origen.
Entiendo que si has tenido una experiencia horrible, esto no te ocurra. Pero, cuando has estado bien y has conocido la felicidad en un lugar diferente al de origen, te ocurre. Sí o sí. En mi caso, está empezando.
Obviamente, hay cosas que no echaré de menos: ver las bolsas de basura en las calles moverse, cuando empieza el calor, porque alguna rata está buscando algo que comer en ese momento; el clasismo de mucha gente: ¿dónde vives? ¿en qué trabajas? Preguntas clave que determinarán si les interesas o si quieren, si quiera, continuar la conversación contigo y lo mal que trata la ciudad a las personas sin recursos. Montarse en el metro y escuchar historias de penurias, problemas…Ver las mayores bajezas humanas en una estación de metro. No, eso no lo echaré de menos. No lo echaré de menos porque me cause incomodidad, no. Me provocaba frustración. Frustración de no poder ayudar a todo el mundo. Porque aunque hiciera voluntariados o compartiera algunos dólares, siempre sentía que no era suficiente.
En Nueva York, la soledad, pena y angustia se llevan de otra manera. Es una ciudad perfecta para la compañía y los amigos pero, aún más, para hacer planes solo y encontrarte a ti mismo si lo necesitas. Si te sientes mal, no hay mejor lugar para estar. La energía, las multitudes y la pura resiliencia de esta ciudad te llenan de esperanza y te dan el el impulso necesario para recuperarte; si te sientes solo, puedes salir por la puerta, tomar un café, conversar con un desconocido o caminar por el parque y estar entre montones de gente.
Casa no es sólo un lugar, también lo son las personas…
Mis padres, Diego, mi hermano, mis abuelas, tíos y primos. Mis amigos, a los que siempre echo de menos y con los que, por estar lejos, muchas veces no he podido disfrutar de cosas que querría. Sí, me da mucha pena dejar Nueva York. Pero, también me llena el corazón poder estar con los míos a diario. Y disfrutar de momentos de los que, estando tan lejos, se hace imposible.
Nueva York ya no es un lugar que visitar. Tengo la suerte de poder decir que Nueva York es hogar, son personas y felicidad. Diego me lo repite y es verdad, Nueva York no se va a ir de dónde está. Siempre va a estar ahí para cuando yo quiera visitar o asentarme de nuevo. Aunque ahora se me caigan algunas lágrimas, sé que tiene razón en lo que dice.
De hecho, en noviembre volveré para correr la Maratón y quién sabe lo que pasará en un futuro. Quizás vuelva para quedarme otra temporada, quizás acompañada.
Carrie Bradshaw decía en Sex in the City que una persona se puede considerar neoyorquina cuando lleva diez años en la ciudad. Bueno, siento diferir con la diosa de los Manolos. Yo he pasado seis años de mi vida en la Gran Manzana y sé que lo he vivido todo al máximo, con sus cosas buenas y malas, con risas y lloros y con decepciones e ilusiones. Disfrutando al máximo y multiplicando esos seis años por dos, tres y lo que haga falta.
Me vuelvo con unas cuantas maletas más, incluso con un par de cajas. Y, sobre todo, con el corazón lleno. Vuelve Sara, siendo la misma persona pero, al mismo tiempo, mostrando algunas diferencias con respecto a la persona que llegó a la ciudad aquel 9 de agosto de 2016.
Esto no es un adiós, es un hasta pronto. Sigue con tus luces encendidas, tu locura y tu energía. Pronto vuelvo.

¡Qué bien escrito! Se disfruta leerlo. La verdad es que yo solamente viví dos años en Nueva York, pero te entiendo perfectamente. A día de hoy, aún no siento que haya encontrado el lugar ideal para establecerme. Viva donde viva, siempre tengo la sensación de estar incompleta.
LikeLike
¡Gracias!
Hay una frase, no recuerdo de quién ahora mismo, que dice que ua vez has vivido allí te cuesta poder vivir en otra parte. Pero bueno, toca readaptarse.
LikeLike
Qué linda tu experiencia y qué hermosa e inteligente perspectiva. Y sí Nueva York es todo eso.
LikeLike
Gracias, me alegra que te haya gustado el post.
LikeLike