El 5 de enero volaba de vuelta a Nueva York, con sentimientos y emociones que se contradecían. Por un lado, la pena por dejar a mi gente, por abandonar la tranquilidad y seguridad que te aportan los que te quieren, porque pasarán meses hasta que vuelvas a probar la comida de tu madre y de tus abuelas, por la pereza de volver al trabajo y de enfrentarte al invierno horroroso de esta ciudad. A ese sentimiento, se contrapone el de alegría. Sabes que te encanta NYC y que en cuanto pongas un pie fuera del avión, te “re-adaptarás” tras dos semanas fuera. Que siempre tendrás algo que hacer y que volverás a tus rutinas y habrá muchas cosas en tu cabeza como para seguir sintiéndote mal, melancólica o nostálgica. Como quieras decirlo.
7 horas y pico en avión, dan para mucho. Los 4 capítulos que me faltaban de YOU, otros tantos de Chernobyl, las peores turbulencias que he vivido en todos estos años y que hacían que la gente se mirase como “¿Qué está pasando?” y, para relajarme después de tanto drama y susto, Devil wears Prada.
Esta última, me hizo pensar en la conexión entre esta peli y mi vida en la ciudad que en ella aparece. También, podría aplicarse a toda la gente que se ha ido lejos de su país y tiene que adaptarse a una ciudad, cultura o modo de vida nuevo.
Yo, establecería la siguiente comparación (que también puede tener algo de metáfora, claro que sí): Miranda Priestly sería Nueva York; una jefa con MUY mala leche, en ocasiones, ataca tus debilidades o tus momentos bajos, que exige lo máximo de ti y te pone a prueba de manera constante y diaria para que le demuestres lo que vales y a la que le vas demostrando que, por muchas pruebas que te ponga, tú las irás superando una a una y cada vez, MEJOR. Andy Sachs sería servidora, salvando las distancias, claro está. Pues ella se embarcó en una aventura que no le emocionaba mucho al principio y que no le llamaba apenas la atención. En eso, no nos parecemos. Tampoco, en perder un poco el norte (o eso creo), como lo pierde ella en algún momento de la película. Pero, bajo mi punto de vista, la comparación entre nosotras se puede establecer en la “lucha” diaria por vencer al gigante, por valorarnos más a nosotras mismas y por superar retos que, en cualquier otro momento, nos hubiesen parecido IMPOSIBLES. Por venir de un lugar completamente diferente y crecer tanto personal, como profesionalmente.
Lo bonito de esta experiencia, ya sea para mí con mi Miranda Priestly particular o para cualquier otra persona que está viviendo lejos de su casa, es el sobreponerse a los golpes sin caerse, mantenerse en pie cuando vienen mal dadas, cuando las cosas no son como esperabas o cuando aún no sabes cómo desenvolverte en esa situación.
Una vez, alguien me dijo que Nueva York es como ese novio gamberro que te da una de cal y una de arena. Que a veces te trata como una reina pero otras pasa de tu cara. Sí, estoy bastante de acuerdo. Pero, para mí, de ahora en adelante, Nueva York siempre será esa Miranda, que exigirá todo de ti y te pondrá el tacón encima mil veces, pero que, al final, sabrá reconocer tus logros y mirarte con orgullo.